Zorro azul

Soy un zorro azul que vive en una granja gris.
Condenado a la muerte por mi color,
detrás de estas rejas de alambres a prueba de mordiscos
no me siento nada de contento con mi color azul.

Oh Dios, ¡yo quiero cambiarme de piel! Quemarme
como un demente hasta descuerarme a mí mismo,
pero mi exuberante y tieso pelo azul se filtra por mi piel.

¡Cómo aúllo! , ¡desesperadamente lanzo alaridos!
igual que las peludas trompetas del Juicio Final
implorando a las estrellas deseando ser libre para siempre
o al menos sacarme esta piel de una vez por todas.

Alguien que paseaba por aquí oyó mi aullido
y lo metió en un máquina grabadora. ¡Qué estúpido!
¡Él no sabe ni siquiera aullar pero seguro
comenzaría a aprender si lo agarran y lo encierran aquí!

Me caí al suelo, moribundo.
Y quien sabe por qué no me morí.
Me vino una depresión como si tuviera mi propio Dachau 
pero ya lo tenía muy claro: jamás escaparía.

Una vez, después de comerme un pescado podrido,
me di cuenta que la jaula estaba entreabierta
y me lancé hacia el abismo
con la imprudencia de un ingenuo cachorro.
Una cascada de perlas lunares pasaron por mis ojos.
¡La luna era un círculo! Y ahí me di cuenta
que el cielo no estaba dividido en segmentos cuadrados
como yo me lo imaginada viviendo dentro de una jaula.

Pedazos de hielo flotantes de Alaska había por todas partes
de los que logré esquivar aún estando enfermo
pero sabiéndome libre algo cambió dentro de mis pulmones
por todas las estrellas que me había tragado.

Hice travesuras, ladré cosas hacia los árboles
que no tenían ningún sentido. Fui yo mismo.
Y hasta la misma brillante nieve tenía miedo
de que yo tuviera un color tan azulado.

Mi madre y mi padre no se amaban
pero se casaron de todas maneras.
Cómo me gustaría encontrar una hembra
con la que pudiera rodar y volar por la nieve.

Ahora me siento cansado. Hay demasiada nieve por todas partes.
No puedo levantar mis pesadas patas.
No he conseguido amigos ni tampoco hembras.
Un niño cautivo es muy débil para ser libre.

El que nació en una jaula sentirá nostalgia por su jaula.
Horrorizado me di cuenta de cuánto la amaba
y el espacio donde me escondían detrás de una reja,
ese lugar que era una industria de pieles, mi tierra natal.

Entonces regresé exhausto y golpeado.
Un poco después la jaula fue sellada
y mi sentimiento de culpa se transformó en rencor
pero el amor me protegió mágicamente contra el odio.

Es cierto, las cosas han cambiado en la granja de pieles.
Acostumbraban a asfixiarnos en sacos.
Ahora nos matan de una manera más moderna,
nos electrocutan. Todo es maravillosamente ordenado aquí. 

Contemplo a la cuidadora que es una muchacha esquimal.
Su mano se posa amigablemente sobre mí.
Sus dedos rascan la parte detrás de mi cuello.
Pero una tristeza parecida a la de Judas hay en sus ojos angélicos.

Ella me cuida de mis enfermedades
y por nada me dejará morir de hambre,
pero yo sé que cuando llegue la hora, implacablemente
ella me traicionará cumpliendo su trabajo.

Con un poco de humedad en sus ojos
ella sacará el collar de mi cuello cantando bajito:
“¡Hay que ser humano con los empleados! En la Oficina
de Ejecuciones del Instituto de la Granja de Pieles.

Me encantaría ser ingenuo como mi padre
pero nací en cautiverio: yo no soy él.

El que me da de comer, me traicionará
El que me cuida como animal doméstico, me matará.

("Soliloquio del zorro azul", Yevgeni Yevtushenko, 1967)


(Obra de Franz Marc: "Zorro azul negruzco", 1911)

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